MAR DEL PLATA

150 AÑOS

Exilio, lugar sin territorio

Por Lucía Florencia Duarte (*) 

No era el exilio un lugar donde habitar, no era un tiempo; un sitio sin territorio, tal vez. No era allá, donde dejó ni aquí donde, llegó.  Pero aún sin ser, existía.

Cuando Marvis partió al aeropuerto sintió al cuerpo colonizado por una angustia pesada y espesa. Mientras subía la escalera mecánica, quedaban en el suelo su esposo, sus hijos y toda la historia de su humanidad, ahora deshumanizada. No recordaba haber visto llorar así jamás a los suyos, con tanta dedicación, tanta urgencia, y esa imagen la acompañó durante largo tiempo hasta que otras escenas, al fin, lograron invadirle la memoria.

No. El exilio no lograría determinarla. A pesar de haberle arrancado todo, no podría modificar su naturaleza. No podría cambiar sus costumbres, sus gustos; arrebatarle el acento, la simpatía, la palabra. ¿Qué era el exilio? Se rehusaba, el exilio no podía ser su destino.

Todos los mediodías, en un banco de Plaza Colón con vista al mar y debajo de un árbol, sacaba el queso fundido de su cartera e improvisaba sanguches de salame; algunos, vendía; otros, comía. Cuando la venta no resultaba exitosa, ese mismo menú se convertía, también, en almuerzo y cena. Luego partía a la búsqueda de empleo y luego volvía a la desilusión. Desilusión, al fin un lugar conocido. Por las noches llamaba a casa, los sollozos y preguntas de los chicos no dejaban de sonar. Después de colgar, ella también lloraba, lloraba su partida y todo lo entera que se obligaba a ser frente a los suyos, lloraba aquella despedida no querida y así, a más de cuatro mil kilómetros de casa, lloraba exilio, y bajaba al infierno junto a todos los demonios hasta ser vencida por los sueños. ¿Qué era el exilio? ¿Acaso un sitio donde no se habita?

Poco a poco sus tradicionales sanguches se convirtieron en la obligada degustación de todos los caminantes del centro de la ciudad. Conocida, ahora, debido a su ingrediente estrella, como la hacedora de los sanguches más exquisitos de toda la costa, no tardaron en llegarle propuestas para emprender su propio negocio venezolano. Demoró poco en aceptar la mejor oferta y con el tiempo se convirtió en un clásico costero.

Por las noches llamaba a casa, los chicos habían dejado de llorar. Hacían las mismas preguntas que, al fin, habían encontrado respuestas. El día y la hora de los pasajes de avión habían puesto fin a la espera de los brazos y mientras ese día se acercaba, Marvis no dejaba de mirar fotos de su partida y de pensar quien era hoy o en quien se había convertido, si algo conservaba aún de aquella que partió desterrada hacia aquel sitio llamado exilio. Sus hijos, ¿sus hijos serían migrantes, también? ¿Acaso exiliados? ¿Qué serían sus hijos cuando partan de allí? ¿En qué los habrá obligado en convertirse? ¿Qué era el exilio? ¿Qué era, ahora, el exilio que todo había cambiado?

Cuando al fin tuvo consigo a los suyos, debió enfrentarse a todas las otras manifestaciones que el mundo tenía para ellos: crisis, xenofobia, bullyng, solidaridad, amistad, envidias. Cuando al fin tuvo consigo a los suyos, pudo pensar, comenzar a responderse qué era el exilio.

Comprendió, entonces, que en el exilio subyacen todas las verdades de los hombres, confluyen los tiempos y los espacios que no logran unidad, platican los anticristos y las deidades en cruentos combates por el destierro. Que el exilio es un orden dialéctico de existencia, un estado continuo de proceso, sin punto de partida ni puerto de llegada. Ninguna unidad de medida adecuada. Destino errante, camino en llamas; un siempre partir, aún, llegando.

(*) El relato "Exilio, lugar sin territorio", de Florencia Duarte, recibió el segundo premio en la tercera edición del concurso "Valijas con Historia", organizado por la Dirección Municipal para la Promoción y Protección de los Derechos Humanos. Podés leer el resto de los relatos premiados acá.