MAR DEL PLATA

150 AÑOS

Monólogo patético

Por Armando Fuselli (*)

A Manuel, pasear por la ciudad que lo había cobijado en los albores de los años cuarenta le traía añoranzas del terruño abandonado con premuras y rencores, Quería a este lugar como propio, como tantos otros que pudieron rehacer su vida en paz, aun pensando distinto.

Gustaba de los rudos bailes vascos, la falla valenciana del verano o la procesión de los andaluces en Semana Santa. Solía concurrir al señorial Club Español y al teatro Colón, ámbito formidable de fandangos y zarzuelas, que atenuaban la angustia del desarraigo.

Allí se dirigió un domingo por la tarde, impactado por el atrayente cartel que descubría la mueca graciosa de aquél hispano de nombre corto y pegadizo. Accedió a la boletería y logró un buen lugar.

Sobre el escenario con telón de fondo, una pequeña mesa y un teléfono le bastaban al personaje querible y pensante, de boina negra ligeramente volcada sobre su oreja izquierda, para recrear con agudo ingenio el calvario de España.

Jugaba con el teléfono y suponía diálogos con su mujer, su suegra, un cura y un ignoto capitán. Para con todos tenía preguntas ingenuas y respuestas desopilantes.

A su mujer le regañaba que saliera a la calle tan pintada. A su suegra totalmente sorda, trataba de explicarle que esos ruidos eran bombas y no llamados a la puerta. Con el cura discutían sobre cuáles eran los buenos y quiénes los malos, y con el militar convenían desde las trincheras, a qué hora iban a atacar y por dónde, sólo para organizar las comidas y el descanso.

Aquéllos, ejecutados con talento e ironía, quizás buscaban restañar heridas, pero a Manuel le trajo recuerdos de dolor infinito. Ya en su casa, sacudido por la riqueza del comediante y el patético monólogo se dejó caer en una silla y entrecerró los ojos. 

La noche cerrada y la niebla que se levanta del suelo regado con sangre fraterna, lo obliga a mantener una constante vigilia a su alrededor. En una fría noche de enero del ´39,  se dirige con un pelotón de las juventudes socialistas al castillo de Figueras, con el fin de apuntalar el último asiento del gobierno de La República a punto de caer.

Manuel presiente que el enemigo está muy cerca e instintivamente se arroja sobre un enorme pozo y permanece de espaldas y con los ojos bien abiertos. No recuerda cuantas horas estuvo escuchando el bombardeo. De pronto observa la figura de un oficial enemigo, parado al  borde de la trinchera pistola en mano. Levanta su mano derecha para cubrirse al mismo tiempo del estampido.

Angustiado abre los ojos. La mesa está preparada para la cena. Contempla su brazo mutilado por aquél disparo, toma la cuchara con la izquierda y condimenta con lágrimas la sopa.

 

(*) El relato “Alka”, de Armando Fuselli, recibió una mención en el concurso Valijas con Historia (tercera edición) organizado por la Dirección Municipal para la Promoción y Protección de los Derechos Humanos. Podés ver el resto de los relatos premiados acá.