MAR DEL PLATA

150 AÑOS

Pequeño relato de una migrante boliviana

Por Rosaura Aguanta Yucra (*)

Llegué un 10 de junio de 2010. Mejor dicho, salí un 10 de junio de Bolivia. Recuerdo que ese día fue uno de los más tristes de mi vida, porque dejaba a mi familia, principalmente a mis dos pequeños hijos, una nena de 4 años y un nene de 3 años. El dolor me comía el alma. A medida que se acercaba la hora de salir, yo no dejaba de llorar. Para el momento de mi partida, ya estaba seca. Yo tenía que ser fuerte por mi familia.

Venía a un país desconocido a trabajar para pagar una deuda que tenía por una circunstancia de la vida en la que fui engañada. Antes de decidirme empeñé todo. Trabajé en lo que pude. Pero como en mi país el sueldo de un trabajador es muy poco –gana 250 bolivianos al mes- no me alcanzaba para pagar lo que debía y ese fue el motivo que me ayudó y obligó a venirme a Argentina.

Solo venía por dos años durante los cuales mis padres y hermanos cuidarían de mis hijos. Después, yo volvería con mi gente, a mi tierra. Así fue mi salida de mi país. Fue muy triste y doloroso. Mi corazón se moría lentamente mientras me alejaba de mi gente, mi tierra y mis costumbres.

Al salir tuve miedo, porque no sabía a dónde venía nicon qué gente me toparía. Y ese miedo fue aún más grande cuando llegué a la Argentina, cuando vi el tamaño del país, los edificios, los colectivos, las avenidas… era algo nuevo para mi.

Primero vine a Mar del Plata a casa de unos parientes. Cuando llegué a la Terminal no conocía a nadie. Me moría de miedo. Me bajé del colectivo y no vi a nadie con la descripción que mis padres me habían dado. Me dirigía a un teléfono para llamarlos cuando una señora y un señor se me acercan y me preguntan: “¿Vos sos Rosa?”. Yo con miedo les dije “sí, soy yo”.  Y la señora me contesta “Soy tu prima, me llamo Feli”. Yo no la conocía pero se parecía mucho a mi mamá y un poco me tranquilicé. Pasé un día en su casa y luego de nuevo a Buenos Aires, al lugar donde me habían conseguido trabajo.

Un 14 de junio salimos de noche rumbo a Benavides. Llegamos a la mañana siguiente a un corralón. Ahí nos recibió un señor llamado Marcelo. Luego nos llevó a su casa, donde conocí a la señora y sus dos hijas, Yésica y Laura. Todas eran muy buenas y amables.

En el lugar donde llegué a trabajar nada fue como en Bolivia. Tenía mi propia habitación, sin animales al lado mío. Porque allá, en Bolivia, donde trabajaba de empleada me hacían dormir en el cuarto de los animales. Comía después de todos. Pero durante esos dos años, ellos me hicieron sentir parte de su familia, comía con ellos, me compraban ropa, me llevaban a pasear y tenía mi día de descansos. Fueron dos años llenos de felicidad.

Pero yo nunca dejaba de pensar y extrañar a mis hijos y mi familia. Pasaron los años, terminé de pagar mi deuda y regresé a Bolivia, feliz porque volvería a ver a mis amores y decidida a vivir con ellos acá, en la Argentina, porque en este país encuentro lo que en mi país no tengo. Y así volví a buscar a mis hijos. ¡Qué grande mi emoción al volver a ver a mi pequeña Alejandra y mi pequeño Johel!

Hoy dos gracias a la Argentina de poder estar con mis hijos y llevar una vida llena de felicidad y de haber podido formar un lugar. Nos vinimos a vivir a Mar del Plata, donde formé mi hogar, conocí al papá de mis tres hijos que son marplatenses y ahora soy madre de 5 chicos.

Vivimos en el horno, porque mi marido trabaja en una ladrillera en Estación Chapadmalal y yo le ayudo. Junto a él trabajamos día tras día. Mis hijos acá tienen educación –que es primordial para ellos-, salud y medicamentos gratuitos. Por eso doy gracias a Dios, por acompañarme y bendecirme.

Lo único que me da tristeza es no ver a mi madre y hermanos desde hace más de ocho años. Los extraño mucho y lloro en silencio. Solo pido que un día vuelva a verlos. Pero  no me arrepiento de nada. Mi motor principal son mis hijos. Por ellos vivo y quien soy ahora, se los debo a ellos.

Soy una extranjera boliviana, tengo 35 años y doy gracias a este país por todas las oportunidades que me da. Puedo afirmar que me siento una argentina más, por la manera que este país recibe a la gente extranjera y por su gente linda y buena.

Gracias Argentina linda. Muchas gracias. Llevo en el corazón la celeste, blanca, celeste.

(*) El texto “Pequeño relato de una inmigrante boliviana”, de Rosaura Aguanta Yucra, recibió una mención especial otorgada por la Dirección Municipal para la Promoción y Protección de los Derechos Humanos en el marco del concurso Valijas con Historia (tercera edición). Podés ver el resto de los relatos premiados acá.