Navidad
por Daniel Fernando Paulon
América. El nombre retumbó en su alma. ¿Sería aquel un guiño
cómplice del destino? Pero la ilusión, rápidamente se tradujo en una
sensación difícil, compleja. Había que tomar una decisión.
Una noche de invierno, desde ese sector del Friuli, en un pequeño
pueblo llamado Zoppola; Angelo y familia se disponían a compartir
la cena previo rezo del rosario, tal como era la tradición que se
imponía desde años. Llegaban buenas noticias desde la Argentina y
entonces pensaron en cambiar de aires.
A principios del siglo XVIII Paolo fue el primero de la dinastía
familiar en llegar a esa región friuliana y comenzar a trabajar de
molinero, lugar que luego irían ocupando otros integrantes de la
familia hasta que una parte decidió buscar su lugar en el mundo
fuera de Italia mientras que otros se movilizaron a pequeños
poblados cercanos.
El vapor América estaba listo para zarpar del puerto genovés y
Angelo se debatía entre la expectativa por lo que vendría y la
tristeza por lo que dejaba. Es que además de la nostalgia que ya lo
invadía, debía soportar la carga de haber tenido que abandonar a
dos de sus hijos en suelo itálico, en aquel 1887 en el que irían a
poner un mojón bien lejos de su tierra natal. Al embarcar, cuando
presentaron la documentación, surgió el problema que los menores
de la familia debían cumplir con el servicio militar.
La suerte estaba echada. Irían igual buscando ese país que abría
sus puertas a “todos los hombres de bien que quisieran habitar el
suelo argentino” y le rogarían al Tata que prontamente los vuelva a
reunir.
Surcaron el Atlántico y llegaron a Buenos Aires. Desde allí directo
rumbo a San Javier, en Santa Fé; donde se estrecharían en cálidos
abrazos con familiares y amigos. Pero para Angelo y María no todo
era alegría; pensaban en sus hijos, en que quizás no pudieran
volver a verlos otra vez…
Esa tierra poblada de mocovíes les abrió las puertas de par en par.
Venían a labrar la tierra y sembrar su futuro. Traían consigo el
clamor de una nueva vida.
Nada fue fácil, porque las invasiones de langostas los iban llevando
a otros sectores de la geografía santafesina; hasta llegar, junto al
ferrocarril, a San Martín Norte. Este pueblo que nacía sería el que
los cobijaría para crecer, comunitaria y cooperativamente, todos
juntos. Algunos molían el trigo. Otros hacían embutidos. Y Angelo y
los suyos fabricaban el vino. Aunque todos, tenían una huerta.
Pero la alegría era incompleta. Pasaba el tiempo y nada se sabía de
sus hijos. ¿Qué habrá sido de ellos? ¿Dónde estarán? Cada noche,
a cada momento, ponían su mirada al cielo pidiendo el milagro del
reencuentro.
Ese mañana todo parecía raro. Llegaba la Navidad. Las nubes
serpenteaban el horizonte y desde allí iban oscureciendo la
jornada. Era el 24 de diciembre y todos se aprestaban a celebrar la
fiesta cristiana. Pero para Angelo y los suyos era un día más gris
que otros.
Pero de repente todo se iluminó. Por la ventana y entre los
pajonales vieron llegar a dos muchachos corriendo a más no poder.
¿Eran ellos? Sí, ¡eran! Habían logrado cruzar a Francia y desde allí
emprender la travesía en busca de sus padres y hermanos. El jefe
familiar dio la orden y pidió que eligieran el mejor cordero y que se
ase con estilo criollo. Esa noche cantaron y bebieron hasta el
amanecer. Algunos pasando la jarra de mano en mano; otros
compartiendo el mate, esa costumbre que adoptaron apenas
arribaron aquí.
Esa Navidad no fue una más. Fue el nacimiento de una nueva
vida…
Relato participante del concurso Valijas con Historia, organizado por la Dirección General para la Promoción y Protección de los Derechos Humanos de General Pueryredon. Para acceder al resto de los textos, seguir este enlace.