MAR DEL PLATA

150 AÑOS

 

Este otro mar

por Stella Maris Lobo

      Tu imagen atesorada por años, viene a sumergirme en aquella infancia con la que sueño muy seguido, huele a albahaca, a romero y a perejil recién cortado de la cuidada quinta en la que todos colaborábamos. Eras una fuerte anciana que se buscaba en los recuerdos, aquellos que tenías junto a la ropa doblada en el baúl que vino con vos. En esos momentos te veía achicarte y a mí me parecía que lo hacías para meterte en ellos, volver a vivirlos y rescatarlos del olvido. Me enseñaste que había que soltar para tener la mano lista para tomar otra cosa, soltaste tu tierra y su gente para alcanzar la mano de tu hijo más pequeño. Me dejaste por herencia ejemplos, entre muchos, a la constancia porque eso fue lo que tuviste para aprender a leer y escribir, y a la alegría por poder, por vos misma, comunicarte con tu hijo mayor, ya casado, que había quedado en España. Recuerdo con ternura que siempre, en el bolsillo, llevabas un lápiz y escribías sobre los papeles del almacén, me decías que era para practicar y que no se te olvidara lo aprendido.

    Mi familia paterna estaba predestinada a la búsqueda, porque mi abuelo llegó a la Argentina buscando progresar y por cosas de la vida, armó otra familia aquí, mi padre con 17 años resolvió buscarlo sin muchos datos en una enorme tierra y mi abuela, se embarcó sola, a buscar al hijo que no volvía. Se enfermó muy grave en el viaje y no bien desembarcó quedó internada en el hospital.  Pobrecita debió ser aterrador, ver al imponente hotel de los inmigrantes, ser asistida por médicos y enfermeras que ella, ni en sus partos había visto.  Mi padre me contó que caminó dos veces entre las filas de camas buscándola y que la reconoció cuando escuchó un desgarrador: ¡hijo mío!

    Los médicos le recomendaron aire de campo y mi padre un españolito responsable, tocó el corazón de sus patrones en Buenos Aires, que lo mandaron de casero a su casa de veraneo en Mar del Plata. Él decía doblemente bendecido: aire de campo y de mar. Además de cumplir con sus tareas mi padre estudiaba sobre cada oficio que le interesaba. Como decían ellos: “Allí donde estéis haced todo lo mejor que podáis y poned el corazón” Lograron apañarse bien. Ahorraron, compraron una casa, mi padre se casó, construyó su hogar donde la abuela Gertrudis siempre encabezó la mesa familiar.

    Ha pasado mucho tiempo. Hoy puedo cumplir la promesa que les hice, he traído parte de sus cenizas a esta tierra que los vio nacer, pero como ellos querían, mezclé tierra del lugar que tanto les dio y arena de la costa, de ese otro mar, que les traía canciones.

    El recorrido que ella hizo en mula, sola, desde su aldea del Valle de Vídriales, en Zamora, hasta la Coruña donde embarcó, en 1924, yo lo hice en auto y comprobé que no hay límites para lo que el amor de una madre puede emprender. Mi prima enmarcó una carta de la abuela, escrita con lápiz y letra redonda donde dice al final:” quiero a este otro mar me trae noticias de ti hijo querido las escucho con amor tu hermano dice que se llama igual que allí”.

    Raíces mías, dignos inmigrantes, los traigo, pero mi alma no los deja. Seguirán conmigo siempre. Te necesito abuela entrañable para que, en sueños, me aprietes contra tu pecho mullido de ropa, que huele a romero, albahaca y a perejil recién cortado. 

 

Relato participante del concurso Valijas con Historia, organizado por la Dirección General para la Promoción y Protección de los Derechos Humanos de General Pueryredon. Para acceder al resto de los textos, seguir este enlace.