Valija
por Pedro Manuel Ribeiro
¿Valija? … ¡no!, simplemente una pequeña bolsita de lienzo, guijarros y monedas de su tierra. Lo único que viajó con Manuel desde el puerto Preguica al que llegó desde el caserío de Cavoada en Sao Nicolau, una de las diez islas del archipiélago que hoy forman la República de Cabo Verde, frente a Senegal, África.
Como tantos otros, emigrantes forzados, instintivamente creyó que algún día podría ser feliz y superar las dificultades que arrastraban pesadamente sus anteriores generaciones, sabía de donde venía. Su apellido impuesto, se remontaba a mi bisabuelo paterno: Antonio Manuel R…… (disfrazado de sacerdote evitó ser vendido como esclavo), mi apellido materno tiene otra historia.
En largos anocheceres invernales cuando la cálida “cocina económica”, acompañaba la memoria oral en diálogo hogareño, interrogantes y profusas respuestas sellaban en forma indeleble, parte de los eslabones que relataré.
Mi padre Manuel, africano, piel negra, último de seis hermanos, nació en 1895 bajo bandera portuguesa, en un lugar con cuevas, elegido por esclavos (mis tatarabuelos) para huir de sus captores, mercaderes de esclavos, que utilizaban esas islas como reservorios, previo a los “envíos” hacia América.
Su familia comprometida en ideales de libertad, se disgregó en distintos horizontes. Papá, en persistentes intentos llegó a Rusia, Italia y Norte América, siempre viajó de una única manera posible, escondido en diferentes barcos, o sea como “polizón”. De esas andanzas recuerdo una de sus tantas anécdotas. En un bar de EE UU, pidió un vaso de leche, le sirvieron, lo pagó, al terminar de consumir el contenido, el barman lo rompió, sorprendido preguntó porque lo hacía, la respuesta no se hizo esperar: "donde bebe un negro no debe tomar ningún blanco". Optó por no permanecer en ese país. Regresó a su isla, persistían las mismas dificultades. Partió nuevamente, en igual medio y condiciones. Escondido en la carbonera de un “vapor”, viajó durante 15 días con los recuerdos del lugar natal, el único alimento diario fue una de sus 15 naranjas. Afortunadamente el cocinero del barco advirtió su presencia, le proveyó agua y aconsejó desembarcar a nado en la primera oportunidad posible..
Ese fue su último viaje marítimo, hasta un puerto desconocido y con la fortuna de no correr la suerte de otros, que luego de trabajar a bordo, eran lanzados al mar.
Descalzo, sin pertenencias, ni saber el idioma y país al que había arribado, esa noche nadó hasta la costa: Bahía Blanca, provincia de Buenos Aires, procuró ocupación y recuperarse físicamente. Por más de un mes realizó tareas pesadas, colocó postes metálicos en alambrados.
La primera paga mejoró su aspecto exterior, con enormes alpargatas y unos pocos pesos viajó a Buenos Aires, la ciudad sin mar, no le convenció. Transitorios trabajos lo trasladaron a un lugar con océano: Mar del Plata. Se casó por primera vez, fue un corto matrimonio por fallecimiento de su esposa. Trabajó como guarda costa en Sub-prefectura. Una de sus actuaciones registra tirar al agua a un contrabandista, para su revés, a la sazón intendente. Ser centinela no era adecuado a sus principios y cultura, pasó a ocupar un cargo en la Aduana. En 1939 se casó con mi madre. Fue referente de su comunidad hasta el final de sus días, el 29 de junio 1949.
Colofón:
En 1997 cumplí el designio de mi padre de devolver monedas y guijarros a su montañoso lugar de origen… ello es para otro relato.
Relato participante del concurso Valijas con Historia, organizado por la Dirección General para la Promoción y Protección de los Derechos Humanos de General Pueryredon. Para acceder al resto de los textos, seguir este enlace.