Asunta
por Juan Carlos Masochi
Asunta con la vitalidad que le daban sus jóvenes veinte años, hacía el tambo en un viejo galpón de chapas, por momentos el frió era intenso y se le escarchaban las manos. Con Rosa, su hermana preparaba la tierra para la siembra, largas horas, pasaba arriba del arado de dos rejas, tirado por cinco briosos caballos, a veces se aferraba tanto a las riendas que le llagaban las manos. Ella y su hermana Rosa eran el único sostén en la finca, su padre Renato Marcio estaba en el ejército, hacía cuatro años que Italia estaba en guerra. Asunta joven de bellísimas facciones y exuberante figura se la veía con el gesto melancólico. Es que ella últimamente libraba una batalla consigo misma, no podía alejar de sus pensamientos a Salvador, vecino y apuesto joven a quien conocía de la infancia. A pesar que él nunca se le había declarado, fue siempre su ilusión, lo amaba en silencio, por ese instinto que posee toda mujer intuía que él sentía lo mismo por ella. La última novedad que tenía de Salvador, era que su Regimiento había desembarcado en Francia, le había escrito dos o tres cartas sin tener contestación. Las cosas en Italia se habían puesto difíciles, el dinero familiar ahorrado se terminaba, todo estaba muy caro y escaseaba, las familias se desintegraban. María su madre lo que más temía era a la inminente invasión aliada y sobre todo al ejército ruso, qué en cada país que ocupaba actuaba cruelmente violando y matando. Una tarde cuando regresaron a la casa, observaron que el rostro bondadoso de su madre se había transformado en sombrío, María las hizo sentar a la mesa, mientras preparaba la merienda, dijo--tengo novedades, llego carta de unos parientes de Papá que viven en la Argentina económicamente están muy bien, Franco el hijo menor de la familia te manda una carta con su foto, tiene interés en vos Asunta y quiere formalizar una relación seria. Asunta quedo como paralizada, con la mirada perdida y los ojos llorosos, atino a decir--Mamá sabes bien que quiero a Salvador.- -pero Asunta, en la vida hay que ser practica, Salvador no te ha contestado y no sabes sí está vivo o muerto, hija el romanticismo a veces hay que dejarlo de lado, querida el amor también es habito. Uno con el tiempo se encariña con el que está con uno. El tiempo fue pasando y de pronto un día Asunta y Rosa se encontraban viajando hacía Argentina en el Barco “Pomona”, para Asunta, todo su equipaje era una pequeña valija de cuero, donde guardaba sus más bellos recuerdos, y sentimientos. Fotos de familia, el barrio, sus amigos, cartas y una foto de su amor platónico, imposible de olvidar Salvador, los veinticinco días de travesía fueron una verdadera odisea. Asunta Los últimos días los había pasado en estado febril y congestionado, sin intimidad, sin aire y desesperanzado en la litera de su miserable camarote. Ahora a la distancia recordaba constantemente sus seres queridos, sus animales, su vegetación, las costumbres, todo eso le parecía algo tan bello que no hay palabra para describirlo. Desde el día que subió al barco comenzó a soñar con volver, no tener a su madre para besarla y pedirle un consejo la angustiaba. A menudo imagina cosas, por momentos se siente confundida y atemorizada, porque no conoce nada de la realidad del país al que va, por las tardes empujada por Rosa sube a cubierta para tomar aire, Rosa es más fría, trata de protegerla y darle ánimo. Una tarde, Rosa bajo al camarote dando muestras de alegría, dijo -¡Asunta estamos llegando!, ¡ya se ven los edificios!, cámbiate y píntate ¡mira la cara que tenés! El mar estaba azulado, el sol de la tarde tendía a desaparecer. En cubierta estaba todo el mundo hombro a hombro, mejilla a mejilla, se escuchaban risas y llantos. A la vista estaba la esperanza “Argentina”, Asunta, pensaba en lo que más quería, Salvador, a quien seguro no vería más. Todo para ella era incertidumbre y confusión. Cuando el barco atracó, el puerto de Buenos Aires era un mundo de gente, el personal del barco tendió un puente para facilitar el descenso de los pasajeros. Asunta del brazo de su hermana se dispuso a bajar, súbitamente subió al puente, un joven muy bien vestido, quien les pregunto - ¿ustedes son las hijas de Marció? Rosa con un leve movimiento de cabeza dijo sí, el joven dirigiéndose a su hermana dijo -vos debes ser Asunta ¿no?, esta dijo sí y bajo la mirada- -yo soy Franco Lo pérfido, tú prometido. Esbozo una sonrisa y el la tomo de un brazo, emprendiendo lentamente el descenso. Asunta sin decir nada se dejo llevar, disimuladamente, con su mano libre rompió la fotografía que traía en el bolsillo y la arrojo al agua.
Relato participante del concurso Valijas con Historia, organizado por la Dirección General para la Promoción y Protección de los Derechos Humanos de General Pueryredon. Para acceder al resto de los textos, seguir este enlace.