MAR DEL PLATA

150 AÑOS

 

Egidio, un gaucho italiano

por María del Carmen Dassatti

- ¡Es un varón!-anunció la partera.

Un hermoso bebé de ojos azules,  como las aguas mediterráneas, había nacido en Francavilla Sul Sinn. Egidio, segundo hijo de Mariana y Domingo.

Solo Mariana pudo disfrutar de su nacimiento, ya que, Domingo se encontraba en tierras argentinas en busca de un futuro mejor para su familia.

Había llegado una lluviosa mañana de 1910 al puerto de Buenos Aires con un pequeño bolso marrón cargando lo justo con un sin fin de esperanzas por cumplir en estas prometedoras tierras americanas.

Lejos de sus afectos, de su comarca, de su mujer embarazada, se radicó en el pueblo de Necochea. Zona costera y portuaria al igual que el pueblo italiano que lo vio nacer.

A fuerza de sacrificio, de un idioma y costumbres diferentes a la suya, Domingo se abrió camino en el nuevo lugar.

Su incansable espíritu de progreso y la urgencia de reencontrarse con los suyos, hizo de este gringo un hombre fuerte ante cualquier trabajo.

Fue así que tres años después de su llegada, envió el tan ansiado telegrama. Le comunicaba a Mariana que tenía su pasaje y el de sus hijos para abandonar su querida Italia y viajar a su encuentro.

El trayecto no fue fácil. En medio del océano, el Mafalda, el barco en el que viajaban, sufrió peligro de hundimiento.

La buena fortuna hizo que, el Regina, otro buque que se encontraba a pocos kilómetros, llegara en su rescate.

Egidio jamás olvidó el momento del cruce de un barco a otro a través de un corredor de madera improvisado, desde el que podía divisar, a lo lejos,  el baile feroz de un grupo de tiburones.

Prendidos a las largas polleras de su madre entre gritos y sollozos lograron cruzar.

Al llegar al puerto de Buenos Aires el abrazo fue eterno. Domingo había logrado su objetivo, traer a su familia.

Aquí forjaron su futuro, adaptándose a las nuevas costumbres, pero sin perder jamás sus raíces.

Prometieron no volver, no solo por la búsqueda del porvenir, sino además, huyendo de las desvastadoras guerras europeas, que habían desmembrado a familias enteras, entre bombardeos y hambruna.

Egidio, aquel bebé de ojos azules nacido con su padre en la lejanía, se enamoró del suelo argentino.

Tanto es así, que a medida que crecía fue incorporando el mate, la música, el folclore en general y una colección de cuchillos para disfrutar, según él, de un buen asado al asador.

Formó su familia de cuatro hijos con Margarita, una oriunda de Necochea también de padres italianos.

Al igual que su padre, no le hizo asco al trabajo. Fue camionero y dueño de un almacén de Ramos Generales a la vez.

Pero su mayor orgullo fue dejar su sello como constructor de bellos chalets en tierras marplatenses. Uno aún en pie frente a la iglesia Stella Maris, de piedra blanca.

Como no recordar su paso como colocador del techo pizarra del Casino de Mar del Plata, allá por 1938.Anécdota que contaba a sus nietos cada vez que podía.

Y si algo lo destacaba era la inteligencia para los cálculos a  pesar de no saber leer ni escribir.

Eso sí, sabía firmar prolijamente, con una envidiable caligrafía, que de haber aprendido, sería la envidia de muchos letrados, como le dijo una de sus nieta, hoy maestra, alguna vez.

Egidio Salvador, un gringo que amó esta “bendita tierra argentina que me ha dado todo”, como él decía. Que se fue del plano terrenal habiendo cumplido un sueño, el de vestirse de gaucho, un 10 de noviembre, en la fiesta de la tradición junto a dos de sus bisnietos, y poder entonar las estrofas del Himno Nacional, como un argentino más, en símbolo de agradecimiento, abrazado a la celeste y blanca.

Relato participante del concurso Valijas con Historia, organizado por la Dirección General para la Promoción y Protección de los Derechos Humanos de General Pueryredon. Para acceder al resto de los textos, seguir este enlace.