MAR DEL PLATA

150 AÑOS

 

Il trabaco

por Luciana Balanesi

Dicen que vino porque le habían contado de tierras prósperas. Dicen que lo decidió dejando una creciente estabilidad en su tierra, la segunda Guerra Mundial había concluido hacía dos años.

Dicen que su mujer y sus dos hijos lo despidieron en el puerto de Génova. Dicen, me dijo, que la belleza de  Mar del Plata lo enamoró a primera vista.  Dijo algo acerca de unos médanos y unas mansiones.

Dicen que lo primero que hizo cuando llegó fue ir a una escuela a aprender el idioma, aunque  nunca  lo logró del todo.

Dicen que trabajó un año en la construcción y que con lo que ganó compró los billetes para que mi papá, mi abuela y mi tío vinieran a esta tierra que, más que una promesa de prosperidad, les ofrecía posibilidades ciertas de ser, de hacer y crecer. Dicen que el viaje en barco duraba más de un mes y que la experiencia no era agradable. Sé que cuando llegaron les cambiaron hasta el nombre. Alguna vez mi papá me contó que entre ellos se hablaban en italiano. Dicen que los inmigrantes se agrupaban dentro de la sociedad marplatense, pueden haber sido estos grupos el origen de las Asociaciones que hoy todavía vinculan a los inmigrantes y sus descendientes con el país que, por diferentes motivos, abandonaron.

Dicen que trabajaba duro. Dicen que eligió vender frutas y verduras. Yo digo que trabajó hasta que la enfermedad lo paralizó. Para mi Nonno el trabajo, il trabaco, era la fuente de fortaleza ante el desarraigo y los infortunios con que la vida lo golpeó.  Me contó que en sus orígenes como  comerciante tenía grandes clientes. Sé que empezó con una carreta y un caballo.  Que salían los cuatro a entregar los pedidos. Dicen que le fue bien y pudo cambiar la carreta por un Ford T. Y que como el Ford T tenía más de roto que de íntegro se hizo amigo del mecánico del barrio quien terminó siendo el papá de mi padrino.

Dicen que el negocio siguió prosperando y que pudo comprar su primera casa. Dicen que trabajaban de sol a sol. Pero dicen que los domingos eran sagrados. Los domingos se vestían con sus mejores prendas, salían a pasear por la costa y se sacaban fotos, juntos, sonrientes, mirada al porvenir, sonrisas amplias, el mar, el mismo mar que los trajo de fondo, sus raíces del  otro lado, el auto nuevo, la ropa planchada, la pose y la unión. La unión que los sostenía ante el destierro, ante las contrariedades de existir en un país distante Porque con el infierno de una guerra como pasado, con el hambre arrinconada en la memoria, con el miedo constante de no saber si hay un mañana, mi abuelo pudo, unido a sus hijos, también,  superar la muerte de su mujer. Y pudo ser más fuerte que el dolor ante la inexplicable muerte de su primogénito. Y siguió férreo y firme.

Dicen que se asoció y  puso un mercado. Y que el mercado se asentó en la ciudad, tuvo sucursales, empleados, quinta, camiones y el nombre de su empresa, 3B, con el que hacía honor a su apellido y a los tres hombres que portaban, orgullosos el mismo en la Argentina. Una Argentina que se fue transformando en su tierra, una Argentina en  la que se fue enraizando. Pero estando en Italia  hablaba de Mar del Plata, y estando en su ciudad adoptiva miraba más allá del horizonte, imaginando, es probable,  que estaba allá, hablando el idioma al  que nunca renunció del todo. Quizás por eso yo siempre le vi la mirada nostálgica, como si el turquesa de sus ojos encerrara el Mar Mediterráneo que atesoraba, en sus aguas quietas, cálidas y cristalinas, sus recuerdos de juventud.

Relato participante del concurso Valijas con Historia, organizado por la Dirección General para la Promoción y Protección de los Derechos Humanos de General Pueryredon. Para acceder al resto de los textos, seguir este enlace.