Los Francesitos
por Nancy Elisabet Lines
Aún no había comenzado la 1º Guerra Mundial, José y Antonio vivían en Lille, Francia, jóvenes apuestos, cultos y trabajadores. Como ya se veía venir la desgracia que azotaría Europa, Sus padres preocupados por el futuro de ambos, con mucho pesar, les insistieron para que fueran a Argentina -queda en América decían- al otro lado del mundo. Se garantizaba que había paz, no faltaba el pan, ni el trabajo. En poco tiempo aprendieron lo básico del idioma como para poder manejarse. Su familia estaba en un buen momento económico y les regalaron los pasajes en barco y casi todos sus ahorros.
Apenas 20 y 22 años y mucha angustia, lagrimeando y con los dientes apretados dieron el último abrazo a sus padres sabiendo de antemano que no los volverían a ver. Vistiendo trajes oscuros, polainas tejidas por Adela su mamá y ajadas maletas de cuero marrón, abordaron ese día frío y gris aquél añejo barco, colmado de personas de varios lugares desesperados por partir, apretujados, cabizbajos y algunos hasta hambrientos. Compartían lo que llevaban y para preservar el calor se apegaban unos a otros.
Por el cansancio y la desazón luego de tantos días de incertidumbre el sentir voces y ruidos extraños más el húmedo calor los sacudió un poco desorientados, al fin habían llegado a Argentina!!
Se instalaron en Buenos Aires, pero esa gran ciudad no era para ellos, así que de inmediato llamaron a su tío Franco que vivía en Azul y partieron a conocerlo. Este tenía una distribuidora de alimentos y los contactó con Manolete, un español que tenía negocio en Dolores, que al verlos de inmediato les dio el trabajo.
Vaya si la vida a veces nos tiene reservadas sorpresas, ese señor Manolete el del birrete como le decían en el barrio por el gorrito tipo militar que usaba, era un rudo y robusto Español llegado hace varios años, cuya sobrina Antolina, una galleguita morena de largas trenzas venía en el barco y durante el viaje habían cruzado una tímida mirada de vez en cuando. Parece que algo nos une en medio de la nada si encontramos alguien apenas conocido que nos evoca lo que añoramos y se apega a nosotros como acompañando. Años después Antolina y José se casaron y tuvieron tres hijos, Laura, Emilia y José Fernando – Pepe-.
Antonio, en Francia ya tenía la idea de estudiar para Cura, no se sentía cómodo con hacer la vida de José, y decidió irse, ya que había leído por la zona de Tandil o Azul de un Monasterio tipo Franciscano donde se instaló por mucho tiempo.
Era febrero de 1928, el calor húmedo aletargaba la siesta. Mientras José ponía en la bolsa de papel estraza medio kilo de terrones de azúcar y en otra el maní tostado con cáscara, para Alcira la vecina, Pepe (mi Padre) de apenas cuatro años, montado en su caballito mecedor de madera jugaba que era un jinete mientras canturreaba más o menos así: “Sur le pont d'Avignon on y danse, on y danse…” su Papá se lo había enseñado, Emilia y Laura, pícaras parlanchinas saltaban a la cuerda en la vereda, mientras Antolina sentada a la sombra en el patio, suspirando y acalorada se abanicaba añorando aún su amada España.
Como la mayoría de los europeos que vinieron a Argentina, trabajó sin descanso, después de mucho sacrificio, José le compró el negocio a Manolete, había logrado convertirlo en un almacén importante. Con su acento amable y francés que aún conservaba, se desvivía por atender muy bien a todos sus clientes a los que siempre con una sonrisa les daba alguna yapa.
Relato participante del concurso Valijas con Historia, organizado por la Dirección General para la Promoción y Protección de los Derechos Humanos de General Pueryredon. Para acceder al resto de los textos, seguir este enlace.