MAR DEL PLATA

150 AÑOS

 

Valija con historia

Por Italia

               

               Una cabaña solitaria cerca del mar. Adentro muebles maltratados por el paso del tiempo y aquella valija que iba y venía. Un día se quedó allí para siempre.

               Miro alrededor y descubro objetos que forman parte de mi inventario. En aquel espacio con su pequeño horizonte de historia, la arena se atreve. Afuera una aldaba que nunca sonó, emite una queja oxidada. La hiedra  que cubre las ventanas, está dispuesta alrededor como un tejido, mitiga el calor de la siesta.

             Han pasado muchos años desde la mañana en que nací al abrigo de juncos y adobe. Crecí acariciada por los vientos alisios que siempre soplan generosos por estas latitudes. Por un instante dejo escapar un suspiro y sin proponérmelo, veo en el interior de la valija un sobre con letras borrosas. Intento abrirlo pero mis ojos se pierden en una grieta de la tela interior. Me acerco un poco más y descubro el anillo. Allí, opaco en su metal extraordinario, lo empujo y se libera del polvo.

               Está intacto. Grabado se ve un nombre familiar, escuchado a menudo a lo largo del tiempo en que he permanecido aquí, un nombre que sería heredado por alguien que escribió esta carta y que hoy deja líneas marrones como manchas de sangre.

                Me incorporo, recorro la pequeña estancia. Ellos eran mi familia: mi hermana, recién llegada de Italia, me alimentaba y mantenía limpia la pequeña cabaña. Las mañanas traían el suave aroma del desayuno humoso, recién hecho. Mientras miraba el mar, el cuerpo se inflaba de gozo. Su equipaje, una pequeña valija marrón, encerraba más recuerdos que ropa. En el bolsillo interior fotos sepias retrataban el recuerdo de mis abuelos allá en el Piemeonte. Pocas palabras y mucha nostalgia eran sus ojos y sus historias. Él, un hombre mucho mayor, me ignoraba. Había conocido a mi hermana en un barsucho de la playa y decidieron juntar sus malogradas vidas.

                En este abril donde es tiempo de silencios, el mar es un camino solitario. Recuerdo que en una ocasión, ella me regaló una caracola donde se escondía el misterio de la vida esos misterios de los cuales nunca hablaba.

                   Cuando ocurrió mi partida, los diálogos entre ellos resultaban violentos. Yo no entendía demasiado. Sus amenazantes ojos despedían chispas de fuego. La vida les ardía en el cuerpo. Yo los observaba sin parpadear. Las mujeres siempre fueron y serán codiciadas.

                    Vuelvo a la valija donde la carta permanece cerrada, me sorprende que esté escrito mi nombre en el destinatario, no hay sellos de Correo en el sobre. Al abrirlo una mancha roja aparece en la parte superior del  papel amarillento.  Ahora leo con desesperación aquello que nadie leyó, por lo que alguien murió. Las palabras emergen del  papel atropelladas. Es una mortaja, una sentencia. Quedo inmóvil.  Me aturde la aldaba que nunca sonó, la puerta que alguien abrió y una parte de mí muere al lado de  ese anillo junto al nombre de  mi abuela y la firma al finalizar la carta que revela el misterio de mi vida: tu hermana es tu madre y tu abuelo es tu padre.

                     Al abandonar la cabaña siento que la miseria de la vida rueda, nunca deja de rodar.

* Relato enviado por Olga Vilma Silvia Bertinetti para participar del concurso Valijas con Historia II, organizado por la Dirección General para la Promoción y Protección de los Derechos Humanos de General Pueryredon.

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