MAR DEL PLATA

150 AÑOS

 

Los pies de mi abuelo

Por Orficus

El 6 de marzo de 1949 Dario C. llega al puerto de Buenos Aires en el Barco Santa Fe. Tiene 28 años  y deja atrás su amada Italia. Dario fue mio nonno, un hombre digno y fuerte quien trajo consigo una valija atiborrada de historias. Cansado de la vida después de la guerra, decía que  se quería escapar, temeroso de que otro conflicto pudiera estallar. En 2006, algunos meses antes de su  muerte, nos sentamos con mi hermana a escucharlo anotando en un cuaderno su historia. Hoy desde la compasión y el agradecimiento, honro su memoria, dándole audiencia a su fehaciente relato.

“El 13 de enero 1941 me llamaron al Servicio militar; tenía 18 años y lo que más recuerdo es la visita médica de los nuevos: nos hacían caminar. Me mandaron en Sicilia, transportado por mulas y al llegar pedí que me revisaran los pies porque me dolían mucho. El médico del cuartel me dijo:” si fuera tiempo de paz te mandarían a casa pero estamos en guerra”. Yo pedía seguido la visita médica: a los 8 años por una otitis, una glándula inflamada me dejó sordo. Un día en el hospital militar me revisa por casualidad el Director y pregunta mí nombre: “somos parientes, porque yo me llamo CATTANO” -me dice- “Será así”, respondí. Me dio dos meses de licencia por convalecencia. Para ese entonces el ingeniero De V., venía a almorzar a mi casa con la esposa de la cual mi mamá era amiga. Le dije que estaba enfermo y me respondió que tenía que “curarme pronto porque había que hacer la guerra”. Mi madre le contó mi situación a la esposa quien arregló todo a escondidas del marido: obtuve dos meses más de licencia. Una vez escribió en una carta como me había encontrado: “che imbrunito dal sole c’ha l’aspetto ancora piu ridente ”. En 1943 de Sicilia me mandaron a Piacenza donde, el 8 de septiembre 1943, justo cuando el Gral. Badoglio firma el armisticio con los Aliados, los alemanes me atraparon. Me enviaron a Alemania en tren de ganado con 16 hombres. Hacíamos pis en el gavettino  y lo tirábamos por la ventanilla. Abrieron las puertas solo una vez para darnos una taza de caldo. En Unken  estaba lo smistamento . Terminé en Polonia trabajando para una fábrica de motores para aviones; permanecimos ahí un tiempo entre el frío y la nieve, los americanos e ingleses bombardeaban todos los días. La fábrica se trasladó bajo tierra, en una mina abandonada. Yo me ponía una papa abajo del brazo para hacerme venir la fiebre y no ir a trabajar. En el invierno del ‘45 los rusos invadieron esa zona y tuvimos que irnos. Muchos se quedaron atrás, no podían caminar. Los soldados alemanes nos subieron a un tren y viajamos durante  3 días: muchos perecieron. En Berlín nos mandaron enseguida a hacer las trincheras; escarbábamos de noche bajo faroles enormes, de día corríamos porque venían los rusos que habían desatado la última ofensiva. Llegamos a un campo de concentración judío: los liberaron a todos y a nosotros también. Nos escondimos en un pajonal mientras aviones rusos tiraban folletos diciendo que para el cumpleaños de Hitler, le llevarían flores. Efectivamente a las 4 de la mañana del 20 de abril 1945 empezó a temblar la tierra: nosotros seguíamos escondidos, éramos 8. Cuando salimos cruzamos el Brennero  hasta Verona, donde dividían para toda Italia. Enseguida dispusieron un tren a Torino; bajé a 20 km de mi pueblo, pedí una bicicleta prestada para volver a casa. Era fin de agosto de 1945”.

* Relato enviado por Erika Garimanno para participar del concurso Valijas con Historia II, organizado por la Dirección General para la Promoción y Protección de los Derechos Humanos de General Pueryredon.

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