Las raíces me atraviesan y florecen
Por Iala
Mi abuelo llegó a la Argentina en 1913. Su bello Líbano, de cielo diáfano y poéticos cedros, su amada familia y su joven esposa, lo vieron partir. Después de meses de desprendimientos y desgarros, donde fue enfrentando nuevos desafíos, llegó al puerto de Buenos Aires. Cuando le tocó el turno, dijo, primero y después escribió, su nombre Abdalla Saamán, el empleado de turno, en inmigraciones, al no entender, lo rebautizó: Salvador Abraham, para hacerle los papeles de ingreso a un país que le abría los brazos ofreciéndole paz y trabajo En ese preciso momento, el dolor intenso de perder su nombre y apellido, lo marcó para siempre. Una pérdida más, el lazo de identidad y pertenencia más íntimo con el que fue gestado y bautizado.
“IALA, vamos hay que seguir viviendo”, se dijo y así llegó a Mar del Plata donde su tío Yaryura lo esperaba. El tío que vendía “beines y beinetas” por los barrios de una ciudad que florecía, premiada con diversas culturas. Salir a ganarse el peso como vendedor ambulante hubiera sido una opción, pero a él lo había traído la Compañía Francesa, para trabajar. Estaban construyendo el puerto y su profesión de ebanista sirvió para el armado de los encofrados donde se hacían los bloques de cemento para extender la escollera sur.
Un mar de recuerdos, el idioma distinto y las canciones de los italianos que allí trabajaban le inundaron el alma de alegría. Será por eso que cuando una de sus hijas, mi madre, trajo a su novio, mi padre, hijo de italianos, a la tradicional “Almacén el Oriente”, en Jara y Moreno, lo cobijó con cariño y le brindó ayuda.
En 1920 llegó, su esposa, mi abuela, con su primer hijo, ya de 7años. La falta de comunicación inmediata, hacía lentos los trámites y las noticias llegaban atrasadas.
Mi padre vino a Mar del Plata en 1940, hijo de un elegante piamontés y una bella lombarda, vivía en Villa Mercedes, San Luis. En busca de mejores vientos y aventuras se fue a Buenos Aires. Después, lo trajo a la ciudad, la poética gaviota marina.
El barrio comenzó a crecer alrededor del negocio, almacén y bar, por esa mano árabe gaucha de recibir y dar al fiado, confiar en un país que se fue construyendo en forma cooperativa y solidaria, de ayudar a los vecinos a que crezcan. Compartir fiestas, alimentos, canciones. La casa abierta.
El tío Yoryi, nació en Chestobak, pero el tío Elías, las tías Sofía y Karime y mi amada madre, Mariana, en Mar del Plata. Cuando se casó con el poeta, llegado de San Luis, la fiesta duró ocho días, la ceremonia religiosa fue en la catedral. Mi madre nos contaba, a mis hermanos y a mí, que los había casado el Padre Zavala. Ocho días de anís, keppis, cantos y dabke. Los vecinos árabes, italianos, españoles y de otras colectividades que ya vivían por la zona tenían entrada libre a la fiesta de “los turcos”, como decían.
Así como las fiestas fueron de puertas abiertas, su velorio también, como él quería, una gran fiesta, en agradecimiento a un país y a una ciudad, que le permitió ser feliz y soñar y a su bello Líbano. Para que su retorno, al útero materno, aún dolido, fuera más rápido, todos cantamos y bailamos, su patria, lo recibió con su propio nombre.
En mi valija, libro de recuerdos, están las raíces que me atraviesan y florecen.
* Relato enviado por Cristina Larice Abraham de Roura al concurso Valijas con Historia II, organizado por la Dirección General para la Promoción y Protección de los Derechos Humanos de General Pueryredon.
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