MAR DEL PLATA

150 AÑOS

 

La memoria del corazón

Por Lolamora

Toma el recuerdo, lo coloca sobre aquella mesa grande de la cocina, donde la abuela preparaba el sabroso pollo a la cacerola y el inolvidable flan de huevo con agujeritos o limpiaba los pejerreyes pescados por su hijo. Lo va abriendo de a poco. De pronto sale la música y las risas en desorden con vida propia como la vida misma. Envueltos en polvo dorado, luminoso aparecen hombres con cabezas muy grandes y feas, cabezudos que agitan globos marrones como de cuero duro y golpean las otras cabezas de los que encuentran en su camino.

Qué miedo, una nena se esconde. Vienen también bailarines movidos por los sonidos de tamborilleros, flautas y panderetas. Se forman rondas con las anchas polleras de las mujeres, varones vestidos de blanco, se mueven en una marea de rojo, pañuelos en el cuello, fajas, boinas. En el medio del baile se deslizan el Rey y la Reina sonriendo desde lo alto con sonrisas de cartón pintado. La nena los mira desde abajo desde sus pocos años, se ríe. De pronto irrumpe un toro, todos corren y el que maneja los cuernos del animal corre a los que corren.

La nena se esconde detrás de sus padres. Todo es de mentira le habrán dicho. Acá era de mentira, allá sigue siendo de verdad corriendo adelante de los cuernos, sobre calles de piedras milenarias y las mujeres miran desde balcones de hierro. Los cuernos buscan la tela que se agita delante de sus ojos y el hombre diestro gira en sí mismo, desliza la capa sobre el toro y un cuerno le roza la cintura. Acá se reunirían en el recodo de una plaza o de la iglesia después del ritual de la misa. Los curas de Pompeya esperando el chocolate con churros y la comida conjugando el frio, el apetito y la fe. Y después se irían al Centro Navarro del Sud que habían formado los venidos de allá, para estar juntos, no extrañar tanto y seguir festejando. No sería lo mismo, lo sentirían en el alma pero la familia y los amigos replicaban la tradición.

La música se sigue escuchando en el eco de los altos paredones de la cancha de pelota a paleta donde jugaban los hermanos y eran buenos decían. La nostalgia, la tristeza y el seguir trabajando vendrían al día siguiente. Esos domingos no. Esos domingos bailaban pasodobles sobre el piso de madera el abuelo y la abuela, la nena, todos bailaban y cantaban. Apaga luz Marilú apaga luz que no se puede dormir con tanta luz. Los borrachos en el cementerio juegan al mus agregaban después de los vinos, la bota corriendo de mano en mano. 

El abuelo se vino de España con algún morral, una mano atrás y otra adelante. Con los días acá le creció la familia, trabajando pegando etiquetas dibujadas  por Pilar, sellando con lacre los corchos, mientras vendían vino y fabricaban soda, que repartían en camiones manejados por Pancho, Manuel y el Dogde rojo, Bayin y otros. Hace como cien años que los abuelos comenzaron esta historia, a ella todavía se le van los pies cuando escucha el canto del Siete de Julio.

Y recuerda que el abuelo le decía Moño cotero duérmete sentada, para que moño cotero no se te deshaga, ella no lo entendía pero le gustaba.  Uno de enero, dos de febrero, tres de marzo, cuatro de abril, cinco de mayo, seis de junio, siete de julio San Fermín. A Pamplona hemos de ir con una media y un calcetín. La música sigue envolviendo a los cabezudos, los reyes, los bailarines, los toros, los abuelos, y la nena. Apaga luz Marilú apaga luz. Se apaga la luz y la música, la nena le dice adiós y todos vuelven a ocupar su lugar en la memoria del corazón de ella.

(*) Relato enviado por Ana María Rodríguez Arbizu para participar del concurso Valijas con Historia II, organizado por la Dirección General para la Promoción y Protección de los Derechos Humanos de General Pueryredon.

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