MAR DEL PLATA

150 AÑOS

 

La lealtad del gallego

Por Manolo García

El gallego José R. llegó de Asturias huyendo de la gran guerra junto a otros españoles que buscaban nuevos vientos.

Le hablaron de Mar del Plata, de las posibilidades de trabajo y no dudó, porque no era tiempo de titubeos.

El empleo estuvo y con el tiempo la casa y los hijos. La cocina a kerosene sucedió a la renegrida olla pendiendo sobre el brasero en la casa de piedra y madera de su lejano terruño.

Los años cuarenta fueron de bonanza para una ciudad que no se detenía. José transitaba a diario en bicicleta el flamante pavimento de Independencia. Trabajaba en “La Superiora” y en su hogar nada faltaba y no era poco.

El gobierno peronista le inspiró confianza. Las conquistas obreras y el fervor sindical lo acercaron a su gremio al que concurría asiduamente.

Los Vitivinícolas inauguraron un busto de Evita al año de su muerte. A José lo cautivaba la lealtad de esa gente.

A los pocos años el odio hacia el gobierno se convirtió en metralla. Bombardearon la ciudad, atemorizaron a la gente y tomaron los sindicatos Algunos dirigentes fueron apresados y los menos escaparon.

En el espanto, José se dirigió presuroso a su gremio. Estaba desierto. Decidido, retiró el busto y lo metió en su bolso. Se aferró al manubrio de su bicicleta con las manos crispadas y se alejó velozmente con temor a ser visto. Su casa no estaba lejos de allí.

Pasaron muchos años y otros gobiernos, pero nadie supo quién se había llevado la efigie, ni donde estaba. Presumían una venganza de los golpistas y que el fondo del mar había sido el destino final .de la  venerada imagen.

Aquella tarde de furia, José había guardado el inmaculado objeto en el galpón y sólo Carmen, su mujer, sabía el secreto.

Los dos varones y la niña, nunca entendieron la presencia de esa figura extraña escondida en el lugar de sus juegos, pero jamás preguntaron. El respeto hacia el padre era sagrado  y si eso estaba allí por algo sería y todo el mundo a callar.

Los casamientos trajeron nietos y la familia fue creciendo al amparo de ásperos tiempos políticos.

El militarismo declino el poder y un general cercano al pueblo, regresó como prenda de paz.

José entendió que había llegado el momento y reveló el secreto a la nueva conducción, quienes azorados no podían creer el heroico acto del gallego.

En la primera semana de octubre, en la desbordada sede gremial, el busto de Evita fue restituido a su sitito por el propio gallego, su fiel custodio, que conmovido apenas agradeció.

Para él sólo fue un gesto de lealtad. Algo que traía de raza.

 

* Relato enviado por Armando Raúl Fuselli para participar del concurso Valijas con Historia II, organizado por la Dirección General para la Promoción y Protección de los Derechos Humanos de General Pueryredon.

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