MAR DEL PLATA

150 AÑOS

 

Fernando, el de la luz

Por Negro Suárez

 

El piedrazo hizo estallar la ventana de la oficina de Fernando, que estaba al tanto de quién la había arrojado. Le bastaría asomarse por el vidrio roto y ver al siciliano Pedro, insultando desde la vereda de enfrente con el puño en alto, ahondando un encono de años.

El andaluz Fernando había desembarcado en Buenos Aires a mediados del 1907 desde su Cádiz natal y al tiempo arribó a Mar del Plata como operario de la empresa de energía que se instaló en la comarca. De carácter fuerte, parco y anarquista

En la medida que avanzaba el servicio eléctrico, la licencia del encendido de faroles que poseía Pedro fue mermando hasta extinguirse, y acrecentó el odio hacia él soberbio andaluz. El siciliano era vehemente y agresivo.

Fernando tenía su escritorio en el primer piso de la flamante usina sobre las calles Diagonal Pueyrredón, Belgrano y San Juan, hoy Hipólito Irigoyen. Su mujer llegó meses después y al año nació Dolores, que sería Lola.

El tano Pedro vivía enfrente y cada vez que salía a la calle y miraba hacia el primer piso crecía su furia.

La indiferencia de Fernando era total. Cuando cruzaban sus miradas calle por medio, el tano se paraba firme y Fernando miraba el reloj de oro con cadena, que colgaba de su chaleco y consultaba la hora, ignorando el desafío. Él estaba en otras cosas más importantes: La creación del Centro Republicano,

y la puesta en escena de zarzuelas que se ofrecían en el Teatro Colón, del cual era fundador.

Tras aquellos encontronazos, Pedro tomaba la mano de su pequeño nieto Alfonso y se iba mascullando bronca.

Lejos habían quedado los días en que era una persona muy importante. El que iluminaba la incipiente ciudad. La aparición de la usina y aquél español presuntuoso no solo le quitaron prestigio sino también buenos billetes.

En la primera década del siglo veinte, el paseo General Paz y la rambla eran sitios preferidos por las damitas en búsqueda de amor. Los pretendientes más audaces debían esquivar la actitud vigilante de las celosas madrazas.

En eso estaba la bella Lola cuando Alfonso le robó el  corazón con una galantería. Al mes eran novios oficiales.

Fernando, además de su alto cargo en la usina, se ocupaba por la bobina de la proyectora del cine Splendid ignorando que cuando la película se cortaba y la oscuridad era total, Alfonso se arrimaba a Lola y la besaba con pasión.

El romance se mantuvo por años, así como la inquina del tano farolero y el andaluz electricista. Un buen día la pareja decidió unir sus vidas ante el altar.

Remedando la tragedia de los amantes de Verona, en el  atrio de la capilla de Pompeya se toparon frente a frente, Pedro, el farolero despechado y Fernando, el de la luz.

* Relato enviado por Armando Raúl  Fuselli para participar del concurso Valijas con Historia II, organizado por la Dirección General para la Promoción y Protección de los Derechos Humanos de General Pueryredon.

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