MAR DEL PLATA

150 AÑOS

 

Eternos naufragios

Por Francesco Argento

            -¿Por qué rezongas nono? -pregunta Santino a su abuelo Doménico.

-Eh, mirá esta noticia.  -El nieto lee por sobre el hombro del viejo: “La tragedia de Lampedusa y los naufragios más graves en el Mediterráneo”.

            -¿Sabes qué pasa, sabes qué siento, Santino? Nosotros somos inmigrantes. En 1948 mi padre Giovanni, tuvo miedo de una nueva guerra mundial. Juntó unas liras y se vino en el barco “Corrientes” con mi hermano mayor. Papá nos enseñó a vivir con su ejemplo, era un hombre callado; con una mirada ya se sabía lo que quería decir. Gente de respeto y tiempo de respeto: una palabra tenía valor, dar la mano valía más que un contrato firmado. Era agricultor, un terrone como lo llamaban los del norte de Italia, decían que los del sur eran toscos. Desembarcó en Buenos Aires y se tomó un tren a Mar del Plata porque una familia ya instalada trabajaba en la pesca. Fue unos días al agua y no le gustó, así que se dedicó a cultivar en los terrenos baldíos de la zona. Pedía permiso a los dueños y hacía su quinta, donde plantaba tomates, habas y arvejas.

En Catania con mi madre y mi hermana trabajamos para juntar las liras y pagar los pasajes para luego de dos años poder reunirnos en esta ciudad. Cuando llegamos casi lloramos... Quienes habían venido 30 años antes, después de la 1ª Guerra Mundial, con Italia destruida, parecía que habían hecho fortunas, pero para nosotros la ciudad no era tan linda como la había pintado en las cartas mi padre. En el puerto había solo dos calles asfaltadas, 12 de Octubre y Edison; el resto era de barro, con casas de chapa y madera. Los días de lluvia se hacía difícil caminar.

Siempre vivimos en este barrio. En una zona los sicilianos y otra los campanos; mantenían esas divisiones regionales que habían traído los viejos en sus valijas. Luego sus hijos se enamoraron, se casaron y así se fue perdiendo esa división, pero aun cada uno sigue sosteniendo a su santo; los sicilianos tenemos a Santa María della Scala y los ischitanos a San Jorge. Otra cosa que nos fue uniendo fue la Sagrada Familia, primero la iglesia y luego el colegio; por allí pasaron generaciones de italianos que fueron bautizados, tomaron la comunión y terminaron  en el colegio el secundario. La comunidad se fue poco a poco integrando y dimos vida a varias instituciones casi a cada una de las 20 regiones en que está dividida Italia.

En la familia la que mandaba era la madre, ella llevaba adelante la economía familiar. El hombre, ya sea en la pesca o trabajando la tierra, traía lo necesario para el sustento del hogar y los chicos colaboraban ayudando en la casa. En 1964 conocí a tu abuela María. Nos casamos al año y llevamos 55 años juntos, ella manejando la casa y yo aun trabajando en la empresa de un familiar.

Cuando leo estas noticias de los naufragios, no puedo olvidarme de quienes llegamos en busca de una vida mejor, escapando de la guerra y de la hambruna… Todos hicimos sacrificios, cada uno debió enfrentar distintos problemas, pero no padecieron esta tragedia de morir en alta mar. Ellos vinieron en busca de un trabajo digno y lo encontraron; podían llevar el pan a su mesa y alimentaban a sus hijos. Leé, Santino, hasta el Papa hizo oír su voz clamando por justicia y amor hacia estas personas.

- Nono, de eso hablamos en el colegio con el profe de economía.

-¿Y vos qué pensás? -Santino permanece callado. No tiene una respuesta ni para el abuelo ni para él mismo. La noticia sigue frente a ellos, es muy difícil asimilar tanta miseria. Pareciera que no naufragan los inmigrantes, sino la humanidad toda.                                            

* Relato enviado por Miguel Ángel Schettino para participar del concurso Valijas con Historia II, organizado por la Dirección General para la Promoción y Protección de los Derechos Humanos de General Pueryredon.

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