MAR DEL PLATA

150 AÑOS

 

Emigrar para sobrevivir

Por MariMarr

   El vaporetto esperaba el total desembarco después de arribar a la dársena norte del puerto de Buenos Aires.  Entre ellos, un muchacho de dieciséis años, proveniente de Lugo, Ponrtevedra, Maximino Fernández, con una pequeña maleta

entre sus manos.

   En el barco se mezclaban todas las clases sociales.  La clase alta se diferenciaban del resto por su vestimenta, posesión de joyas y calidad de sus pertenencias.  Eran los privilegiados, que habían viajado, cómodamente, instalados en sus camarotes, llenos de lujo, y que eran recibidos por familiares, conocidos, choferes y carruajes.

   En cambio, los pobres, poseían solo la esperanza para depositar en esta tierra prometedora de un futuro mejor. Cargaban baúles y valijas viejas, con niños llorando y tironeando de las faldas de sus madres.  Todo este bullicio de la gente, en distintos idiomas y culturas, constituían la cotidiana llegada de los grandes contingentes europeos al país. Así fue el recibimiento que le dio Argentina al galleguito, quien quedó apabullado por los silbatos para organizarlos, sumado a los llantos, gritos y empujones.

  Él viajaba solo y nadie lo esperaba.

   La madre de Maximino decidió evitar que su hijo fuera a la guerra.  Ella había sido madre soltera, trabajaba de lavandera y sólo había dinero para un pasaje. Europa se enfrentaba a un oscuro período en 1914.  Su hijo sería alistado en cualquier momento.  Por eso, prefería saberlo lejos, pero vivo; estaba convencida de que lo que se avecinaba traería más miseria y hambre a sus pobres vidas.

  El joven, con la promesa de trabajar para enviarle el pasaje a su madre, se embarcó esperanzado.

    Su primer destino fue el hotel de Inmigrantes.  Allí se  asentaban los datos necesarios para luego ubicarlo en un trabajo y en una vivienda. De ahí, fue a parar a una de las casonas de la zona sur de Buenos Aires, que habían sido abandonadas después de la epidemia de fiebre amarilla en 1871. La transformación de estas antiguas residencias corrió por cuenta de algunos especuladores que hicieron fortunas alquilando habitaciones pequeñas, sumamente estrechas, a familias enteras.  En el conventillo, Maximino, tuvo que compartir una de esas pequeñas habitaciones con un polaco y un italiano, con los que se le dificultaba la charla.

   El primer trabajo que tuvo fue en la dársena sur del puerto, acomodando los cajones de pescado en tierra, para luego repartirlos en los mercados de la ciudad. Casi un año después  pudo reunir el dinero suficiente para comprarle el pasaje a su madre. Pero fue en vano, pues cuando se disponía a ir por el pasaje, recibió la triste noticia de su fallecimiento. 

   Se sintió en soledad como nunca antes.  Era huérfano. Pero no sería un sobreviviente más en una tierra lejana. 

(Así llegó mi abuelo Maximino Fernández)

 

* Relato enviado por Marina Marrapodi al concurso Valijas con Historia II, organizado por la Dirección General para la Promoción y Protección de los Derechos Humanos de General Pueryredon. Para acceder al resto de los textos, seguir este enlace.