MAR DEL PLATA

150 AÑOS

 

El bar del turco Elías

Por Irina Barden (*)

Pasaron seis largas décadas de aquellos hechos singulares que dieron un toque particular al barrio de mi infancia. Era peculiar hasta su fisonomía. Claro que también tenía nombre y apodos: «La Nueva Basanetti», «del Matadero», «La puñalada», «Alvarado»… A veces alegre, si los gitanos celebraban una boda, otras,  sórdido, cuando los parroquianos del bar  salían a medir facones…

El tal Basanetti tenía la mejor panadería y confitería de la zona (aún hoy existe y con la misma calidad), allí en Alvarado y Jara.   Gente muy apreciada,  de ahí muchos comercios adoptaron el nombre de «La Nueva». De hecho mis abuelos tenían la tienda más famosa del barrio: «Tienda La Nueva». Había todo lo necesario para las familias y  los clientes disfrutaban del «cafecito a la turca» que convidaba mi abuelo Abdala, gentil anfitrión oriundo de Damasco.

El Matadero Municipal recibía los animales que, faenados,  eran  despachados hacia las carnicerías de la ciudad y la zona.

 En aquel tiempo las calles eran de barro y zanjones rodeaban las irregulares veredas; estaban poco iluminadas con la  luz mortecina de los faroles que agrandaban la visión cuando había luna llena. Una de esas noches en que las sombras se confundían ocurrió lo inesperado… justito cuando Alvarado,  «El Torito», había gritado  el gol de triunfo. El alboroto era notorio, hasta los gitanos se asomaron.

Toto, el sastre, con su chambergo y aire de malevo con una mirada fulminante y sus ojos centellantes mandó a su mujer adentro. «El Rubén» del rancho vecino y hermano de Anita «La Loba», asomó su cuerpo desgarbado avisando a «La Loba» que había desorden en la esquina del bar. Ella, con el corazón palpitante, se colocó el chal sobre sus hombros tapando su prominente delantera (sobre donde muchos habían reposado…) y corrió.

¡El local de Elías! ¡Allí el suceso! El local era abigarrado, extraño, singular; había una mesa medio escondida detrás de la puerta, allí fue «La Loba» mientras recordaba que  Elías marcaba un punto de destino en las escuchas de historias de fantasiosas aventuras de los parroquianos. Un lugar aromatizado con olores que definían el rumbo del negocio: ron, caña, ginebra, vino, grapa, anís turco y otros.

Elías estaba  enamorado de esa oportunidad que le daba el bar de escuchar a las personas, de ver en las conversaciones la actitud humana. El turco nunca pensó que ese día iba a ser determinante.

Toda su bondad escapó por su humanidad cuando se interpuso en el medio del «Rafa» y el narigón «Norris» y acá fue que la hoja filosa del facón entró en él y su figura melancólica cayó lentamente en el hueco de la noche. Se hizo un silencio insoportable en el aire quieto y en la garganta de los curiosos.

El gitano José hizo un gesto silencioso de complicidad que todos entendieron como una invitación hacia lo inevitable.

Cuando Anita «La Loba» llegó a su lado vio que su turco Elías yacía en el suelo en medio de un mar rojo… Fue claro que ella sintió un apagón emocional ya que vieron   alejándose su figura humana  que extraviaba sus contornos tornándose difusa.

Al día siguiente los curiosos miraban la esquina del bar, su construcción de ladrillos a la vista, su puerta de gruesa madera, el farol enclavado al costado y, flameando lágrimas desde su mástil apoyado en su cuja de hierro, la bandera de Siria.

La mañana entera teñía sobre el barrio Alvarado un tono gris que achicó y oscureció los vastos horizontes de la vida.

 

* Relato enviado por Mirta Susana Salomón al concurso Valijas con Historia II, organizado por la Dirección General para la Promoción y Protección de los Derechos Humanos de General Pueryredon. Para acceder al resto de los textos, seguir este enlace.