MAR DEL PLATA

150 AÑOS

 

Cleto

Por Steppenwolf (*)

Cleto vio a un anciano que dudaba. No deberían quedar pasajeros en el buque, pero allí teníamos a uno, y sin salvavidas. Mi amigo no dudó: se quitó el suyo y se lo calzó al hombre. Le dio la pequeña valija que  había decidido salvar y le recomendó que se la cuidara porque contenía cosas muy valiosas. Después tomó al viejo de una mano y los tres nos arrojamos al mar.

Tras la orden de sálvese quien pueda el caos se había adueñado de la situación y el pánico logró anular la razón de la mayoría de los pasajeros. Muchos se arrojaron al agua sin esperar el arrío de los botes y quienes no tenían salvavidas se ahogaron en poco tiempo. Con Cleto llevando al anciano nadamos hasta uno de los varios botes que todavía disponían de capacidad de salvataje pero que se habían alejado ante el inminente hundimiento del buque. Ver a semejante nave con la popa hundida y la proa apuntando al cielo en el marco de una noche apenas iluminada por la tenue luna nueva, era un espectáculo increíble. Y también resultaba insólito que a un par de humildes marineros el destino los hubiera puesto justo en ese barco.

Es tiempo de presentaciones: Me llamo Juan Santoro, soy marplatense, Cabo Principal de la Armada Argentina y presto  servicio en la Fragata “Presidente Sarmiento”. Cleto es Anacleto Bernardi, experto nadador del Paraná nacido en Villa San Gustavo, cerca de La Paz, en la provincia de Entre Ríos. Él era soldado conscripto, y había sido asignado a la tripulación de la Sarmiento en mérito a su comportamiento y a sus dotes de nadador. Un verdadero orgullo.

Congeniamos rápidamente contándonos nuestros orígenes: los dos somos hijos de inmigrantes italianos, mi padre un hombre de mar dedicado a la tradicional actividad pesquera marplatense, y el de él un agricultor en la campiña entrerriana.

En pleno viaje de instrucción alrededor del mundo Cleto enfermó. Durante su guardia nocturna en cubierta soportó una brava tormenta y un pronunciado descenso de temperatura. El médico diagnosticó neumonía y aconsejó su tratamiento en el primer puerto a tocar. Fue el de Génova; el comandante de la nave dispuso la internación de Cleto y  ordenó que alguien lo acompañara: me tocó a mí.

Pasados unos días los médicos observaron mejoría en el estado de Bernardi y se consideró el retorno a Buenos Aires en el primer barco disponible: el “Principessa Mafalda”, uno de los más lujosos transatlánticos de la época.

Así fue que zarpamos el 11 de octubre de 1927. Y el 25… la tragedia frente a las costas de Brasil: a eso de las seis de la tarde el buque tembló. Se  había partido el eje de una de las hélices y la sala de máquinas empezó a inundarse con mucha rapidez.

Ni yo ni cualquier otro tripulante del Principessa salvó a tanta gente como Cleto. El muchacho nadó y nadó sin descanso hasta que no dio más, sólo se mantenía a flote a un centenar de metros, tratando de reponer energías. Muchos sobrevivientes, sin lugar en los botes salvavidas, permanecían aferrados a las bordas, con los cuerpos en el agua. Y el pánico los atenazó de nuevo cuando alguien vio aletas y gritó ¡tiburones! Era cierto: se agitaron las aguas en torno a Cleto hasta que desapareció.

Un día el anciano salvado por Cleto apareció en el fondeadero de la fragata. Emocionado y agradecido, me dio la valijita con fotos que mi amigo tomaba durante la navegación y que fue revelando en cada puerto. Ellas reproducen la breve historia de un héroe.

Ahora golpeo las manos frente a la casa de Atilio Bernardi, inmigrante piamontés, y de Sofía Giménez, entrerriana, para entregarles la parte más intensa en la vida de su hijo Cleto.

* Relato enviado por Jorge Horacio Nieva para participar del concurso Valijas con Historia, organizado por la Dirección General para la Promoción y Protección de los Derechos Humanos de General Pueryredon.

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