MAR DEL PLATA

150 AÑOS

 

Ácrono

Por Aware Wanderlust (*)

 

Zingiber Brown era el nombre elegido, fantástico, fuerte, divertido de pronunciar y que combina perfectamente con los dos metros de carne morena que le fueron asignados para su primer viaje. Le fue dado todo lo necesario que -según la lógica extraterrestre- le permitiría llevar una vida ordinaria durante su estancia en la Tierra.

El nombre había sido la tarea más fácil hasta ahora, el cuerpo en cambio le parecía el vehículo más complejo y agotador. Cosquillas en los pies, sensación de sed cada par de horas, transpiración que sucedía aún sin saber bien  porqué, y el hambre, hambre voraz que provocaba dentro de su estómago algo así como una batalla espacial.

Zingiber creía estar listo para convivir con los humanos, pero en realidad, nuestro protagonista no tenía ni la más mínima idea.

El día de la expedición había llegado, solamente debía de ingresar las coordenadas en el trayector y listo. Zingiber por pasar el tiempo en su nuevo cuerpo, olvidó escoger las coordenadas del lugar deseado, así que ingresó números al azar 38º.00´02,9”S, 57º31´09,6”W, y fue así como su nave aterrizó en el fondo del mar argentino, cerca de la costa de un pueblo que recién despertaba.

Era el año 1857 y no le fue difícil encontrar su primer trabajo, se hizo pasar por portugués para trabajar con don José Coelho de Meyrelles en el saladero. Le encantaba sentarse a la orilla del mar después de su jornada a compartir con algún compañero, un mate, hablaba poco pero ponía mucha atención a todo lo que pasaba a su alrededor. Tanto le gustó su experiencia que decidió volver, esta vez en 1874. Para ese entonces aquel pequeño pueblo había dejado de llamarse Puerto de la Laguna de los Padres para convertirse en Mar del Plata. No sólo aquel pueblo se había transformado con el tiempo sino también su cuerpo, que esta vez tomó forma de señora regordeta en sus cuarenta y tantos. Dicha transformación le ayudó a obtener su segundo trabajo en la hacienda del señor Peralta Ramos como empleada de servicio.

No preciso decir que para nuestro amigo el tiempo no era lo mismo que para nosotros, un día le parecía un año, y a veces un año le parecía un día, se asombraba con la fuerza del viento que corría desde la costa, los edificios que poco a poco se erguían formando parte del paisaje, era testigo del desarrollo de un pueblo que pronto se convertiría en ciudad.

Diez años pasaron hasta su próxima llegada, ansioso por saber cuál cuerpo se le asignaría esta vez, se alegró de ser el Señor Agostino Rinaldi, un italiano quien sin ningún problema trabajó en la construcción del Ferrocarril del Sud.

Sus visitas continuaron por décadas, bajó en 1979 para ayudar en la construcción de la primera rambla de playa Bristol y luego en 1903 para la segunda. 1923 lo recibió con una ciudad mucho más desarrollada y a punto de estrenar puerto. En 1934 bailó el tango cambalache, mejilla a mejilla con Sarah Mastropietro, su razón para decidir no irse nunca más,  inclusive después de su muerte en 1984. Se enamoró no solo de ella sino también de todo a su alrededor, de la vida como pescador, de los tantos veraneantes que forran la costa de sombreros y sombrillas, de los lobos marinos tan constantes como él,  comprendió lo efímera que es la vida humana y cuán preciada.  

Zingiber, por llamarlo de alguna forma, perdió por completo la noción del tiempo y no se sabe bien cual traje llevará puesto ahora, quizás lo hayas visto por ahí sentado, o bailando al son de los músicos callejeros, siempre dispuesto a ayudar, construyendo castillos de arena o flotando mientras mira al cielo desde donde alguna vez bajó.

(*) Relato enviado por Jennifer Watson O. que recibió el segundo premio en el concurso “Valijas con Historia II”, organizado por la Dirección General para la Promoción y Protección de los Derechos Humanos de General Pueryredon.

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