MAR DEL PLATA

150 AÑOS

 

Resoñar

Por Lucía Florencia Duarte

Ya no alcanzaba pa’ la harina, tú sabes. Y aunque hubiese tenido la pila de bolívares que necesitaba, harina ya no podía conseguirse allí. Uno soporta no comer por las noches -uno es grande y fuerte- pero oír el llanto de tu hija… dos años tenía Ambard cuando le dimos pa´ que coma de ese pan agrio, pasao. Lloró toda la noche, siempre supimos que lloraba de hambre. Observar la frustración en las manos de tu esposa y esos ojos que ya no te quieren mirar. Eso puede quebrar cualquier corteza. Eso te enferma. ¿Quién puede decir que yo pude elegir quedarme? El hambre no es no tener para comer. El hambre no es incluso tener vacío los bolsillos. El hambre es estar lleno de restos, de basura, es tener solo pan pasao para darle de comer a tus hijos.

Yamit lo sabía, debía partir; el ardor en el estómago y esas llagas en los ojos le indicaban que no había nada que pensar. Porque al que deja una familia en su país para buscarse la vida en otro, la muerte ya lo ha alcanzado. Y cuando estás muerto, pensar no es una prioridad.

De las despedidas no quiso hablar. Supe que había marchado de Puerto la Cruz, cuando contó que atravesó el Río Táchira, creando un improvisado puente con tochas que le permitió llegar a Colombia sin ser visto por la Guardia Nacional. No querían saber nada con nosotros, dijo. El éxodo venezolano supo romper, en meses, las históricas relaciones de hermandad entre ambos países, la violencia era insoportable, y persuadido por la oferta de trabajo a cambio de hospedaje, partió hacia el pueblo de Angastaco, Salta; allí, hacia lo más austral del continente. Trabajó en la creación de caminos que unían la ciudad con los Valles Calchaquíes. Pero la paga era poca y al final del día, con más de doce horas trabajadas, todo indicaba que no era Salta el lugar para él.

Una tarde, al volver a la posada, oyó la conversación de unos marplatenses que visitaban la ciudad; supo, así, que necesitaban gente que pudiera poner en marcha los dos barcos que habían comprado. Yamit no dudó en acercarse y ofrecer sus servicios:

Buenas tardes, señores, disculpen la impertinencia de haber oído su plática. Soy Técnico Universitario en Mecánica, he venido desde Venezuela, y estoy dispuesto a viajar donde propongan para comenzar a trabajar. Puedo enviarles, ahorita, mi hoja de vida.

Pasaron solo dos semanas hasta su contratación y, sin dudarlo, se instaló en Mar del Plata. Se hospedó en una pensión en la calle 12 de octubre, que pagó con un giro en concepto de adelanto y comenzó a trabajar en el puerto de la ciudad. Todas las mañanas, mientras reparaba motores, pensaba en zarpar. Reparar un barco y zarpar hacia las costas de Puerto la Cruz. Con ese amor por los sueños trabajó sin cesar. Así, finalmente, pudo comenzar a enviar el dinero suficiente para cubrir los gastos vitales de su familia y pensar en volver a estar todos juntos.

Sus hijos lo extrañan, pero la distancia, pobreza y soledad son intolerables para Julia, su esposa, quien le advierte que no viajará y que los niños tampoco lo harán. Que ya no sabe, incluso, si quiere continuar.

Y, entonces, la vida se le exilia otra vez, y otra vez más, y todos los sueños soñados se rompen en el destierro y se ven obligados a reformularse. A resoñarse. Y se inventan palabras porque no alcanzan las que existen para decirlo todo, se inventan los tiempos y se vuelven a crear caminos, se reparan otros motores y, entonces, arrojado ahora a este nuevo mundo, el exilio lo obliga a reinventarse la vida.

(*) El relato "Resoñar", de Lucía Duarte, recibió el primer premio en la cuarta edición del concurso "Valijas con Historia", organizado por la Dirección Municipal para la Promoción y Protección de los Derechos Humanos.