MAR DEL PLATA

150 AÑOS

 

Esperanza en la costa

por Maira Luna

 

En el final de la tarde se acercó disimulando el cansancio y expresó más de lo yo que me esperaba:

—Mi vida dio un giro al armar mi valija. Mi madre me brindó lo poco que estaba a su alcance. Dejarla me desconsuela. La extraño y me duele.

Así se presentó Bamba, hablándome con un castellano poco fluido. Entre la charla, le ofrecí una banana y no aceptó. Como no aceptó de inmediato, le cebé un mate y también se negó, me agradeció y eso me gustó.

Nuestros pies sobre la arena dejaban huellas profundas para marcar nuestra amistad en las playas del sur de la cuidad. Aunque no me haya aceptado el mate o la fruta, mi curiosidad lo vigilaba, así como vigilaba en el mar a las personas en mi turno de socorrista acuática. Me preguntaba si caminar tantos kilómetros de playa ofreciendo relojes durante todo el día, debajo del sol que azotaba, valía la pena para él.

—He pasado por una infancia que me golpeó tan fuerte como una patada. A las cinco de la madrugada estaba en la escuela para estudiar el Corán, a partir de las siete caminaba por las calles. Entre mis manos llevaba una lata oxidada y abollada para recolectar dinero, entregárselo a mi maestro Coránico y aguantarme sus golpes si la lata volvía vacía.

Su voz se quebró, no supe que decir, miré el mar y ya nadie estaba entre las olas. Volví a míralo, frunció las cejas, sus ojos contenían las lágrimas y continuó diciendo:

—No aguanté más, estaba forzado a una vida que no merecía—tomó aire —.El Francés me ofreció trabajo, por eso estoy aquí, aunque lo que me pidió es mucho. Entre tanto, el racismo me derrotó en varias oportunidades. En la capital de la provincia de Buenos Aires, la policía me ha golpeado por el solo hecho de ser negro, inmigrante y mantero hasta que por fin llegué a la costa. Actualmente no sé si voy a lograrlo pero lo intento desde que me levanto. Suspiro fuerte y lloro en soledad.

De inmediato, pensé en la esclavitud disfrazada y ¿qué le habrá pedido el tal Francés a cambio de trabajo? En mis oídos permanecía su tono de voz afligido. Pero me tranquilizaba su ilusión:

—Mi piel es como el cuero de resistente, aprovecharé la venta ambulante en la rambla en las siguientes épocas estacionales para cumplir con lo acordado y salvar a mi madre.

Nuevamente, las playas estaban concurridas de ciudadanos y turistas, pero a Bamba todavía no lo había cruzado y no lo podía olvidar. Las semanas continuaron con su rumbo para modificar los meses en el almanaque del año 2017, 2018 y 2019 hasta que alguien me gritó:

—¡Cuánto tiempo ha pasado! ¡Eché de menos nuestros encuentros en la playa!

De inmediato giré y observé una sonrisa enorme en su rostro. Corrí y lo abracé con fuerza ¡Bamba estaba feliz y me había reconocido!

—¡Oye, te debo una explicación! El Francés me ofreció trabajo a cambio de toda la ganancia de un año y como no tenía para comprar comida, desayunaba, almorzaba, merendaba y cenaba plátano, que era lo único que él me llevaba y gracias a ese sacrificio lo logré, toda mi ganancia se la di.

No viajé a ver a mi madre, pero sí la pude salvar de la violencia de mi padre y me liberé de un Senegal sin futuro. Ella viajó para vivir conmigo, está aquí en Mar del Plata. Y para que te pongas más contenta, ahora sí tomo mate.

A partir de nuestro último reencuentro Bamba y yo no dejamos de vernos. Actualmente caminamos de la mano por la costa marplatense con nuestro pequeño hijo, somos una familia sin racismo.

Esperanza en la costa
Por Maira Luna

 

En el final de la tarde se acercó disimulando el cansancio y expresó más de lo yo que me esperaba:

—Mi vida dio un giro al armar mi valija. Mi madre me brindó lo poco que estaba a su alcance. Dejarla me desconsuela. La extraño y me duele.

Así se presentó Bamba, hablándome con un castellano poco fluido. Entre la charla, le ofrecí una banana y no aceptó. Como no aceptó de inmediato, le cebé un mate y también se negó, me agradeció y eso me gustó.

Nuestros pies sobre la arena dejaban huellas profundas para marcar nuestra amistad en las playas del sur de la cuidad. Aunque no me haya aceptado el mate o la fruta, mi curiosidad lo vigilaba, así como vigilaba en el mar a las personas en mi turno de socorrista acuática. Me preguntaba si caminar tantos kilómetros de playa ofreciendo relojes durante todo el día, debajo del sol que azotaba, valía la pena para él.

—He pasado por una infancia que me golpeó tan fuerte como una patada. A las cinco de la madrugada estaba en la escuela para estudiar el Corán, a partir de las siete caminaba por las calles. Entre mis manos llevaba una lata oxidada y abollada para recolectar dinero, entregárselo a mi maestro Coránico y aguantarme sus golpes si la lata volvía vacía.

Su voz se quebró, no supe que decir, miré el mar y ya nadie estaba entre las olas. Volví a míralo, frunció las cejas, sus ojos contenían las lágrimas y continuó diciendo:

—No aguanté más, estaba forzado a una vida que no merecía—tomó aire —.El Francés me ofreció trabajo, por eso estoy aquí, aunque lo que me pidió es mucho. Entre tanto, el racismo me derrotó en varias oportunidades. En la capital de la provincia de Buenos Aires, la policía me ha golpeado por el solo hecho de ser negro, inmigrante y mantero hasta que por fin llegué a la costa. Actualmente no sé si voy a lograrlo pero lo intento desde que me levanto. Suspiro fuerte y lloro en soledad.

De inmediato, pensé en la esclavitud disfrazada y ¿qué le habrá pedido el tal Francés a cambio de trabajo? En mis oídos permanecía su tono de voz afligido. Pero me tranquilizaba su ilusión:

—Mi piel es como el cuero de resistente, aprovecharé la venta ambulante en la rambla en las siguientes épocas estacionales para cumplir con lo acordado y salvar a mi madre.

Nuevamente, las playas estaban concurridas de ciudadanos y turistas, pero a Bamba todavía no lo había cruzado y no lo podía olvidar. Las semanas continuaron con su rumbo para modificar los meses en el almanaque del año 2017, 2018 y 2019 hasta que alguien me gritó:

—¡Cuánto tiempo ha pasado! ¡Eché de menos nuestros encuentros en la playa!

De inmediato giré y observé una sonrisa enorme en su rostro. Corrí y lo abracé con fuerza ¡Bamba estaba feliz y me había reconocido!

—¡Oye, te debo una explicación! El Francés me ofreció trabajo a cambio de toda la ganancia de un año y como no tenía para comprar comida, desayunaba, almorzaba, merendaba y cenaba plátano, que era lo único que él me llevaba y gracias a ese sacrificio lo logré, toda mi ganancia se la di.

No viajé a ver a mi madre, pero sí la pude salvar de la violencia de mi padre y me liberé de un Senegal sin futuro. Ella viajó para vivir conmigo, está aquí en Mar del Plata. Y para que te pongas más contenta, ahora sí tomo mate.

A partir de nuestro último reencuentro Bamba y yo no dejamos de vernos. Actualmente caminamos de la mano por la costa marplatense con nuestro pequeño hijo, somos una familia sin racismo.

(*) El relato "Esperanza en la costa", de Maira Luna, recibió el segundo premio en la cuarta edición del concurso "Valijas con Historia", organizado por la Dirección Municipal para la Promoción y Protección de los Derechos Humanos.